A pesar que la Palabra de Dios tenga un valor eterno e inmutable ya san Jerónimo decía que su sentido crece con el lector y el papa Francisco en el capitulo sobre la homilía de su carta Evangelii Gaudium dice que el predicador debería favorecer el encuentro entre el deseo de Dios que habita el corazón de las personas y la Palabra misma de este Dios deseado.
Esta premisa para motivar porque en esta fiesta de Corpus siento que la pagina que mas se acerca a nuestra vivencia sea la primera lectura. Dios recuerda al pueblo por medio de Moisés el largo camino en el desierto con sus dificultades practicas: hambre, serpientes, escorpiones y sed. Estas dificultades vitales son el reflejo de dificultades mas profundas que arraigan en al corazón del creyente: aflicción, prueba, incapacidad a guardar los mandamientos, olvido de Dios mismo.
No creo sea necesario aclarar como algo parecido ha pasado y está pasando hoy también frente a las dificultades que conlleva una nueva enfermedad y las formas por medio de la cual le estamos haciendo frente.
Como Moisés guardo en mi oración tantos hermanas y hermanos que sin Misa, sin encuentros de formación arriesgan – como el pueblo en el desierto – flaquear su fe.
En el cauce de esta oración quiero escuchar las promesas de Dios que se cumplen con el don de la Eucaristía, el pan y el vino de la misa.
Al pueblo hambriento y sediento por el camino en el desierto Dios dona un comida abundante y novedosa junta con un agua que brota saludable que se opone a otras aguas que el pueblo encontraba y que se transformaban en vehículo de muerte.
Tales dones preciosos en si mismos no se agotaban en si mismos sino recordaban al pueblo creyente que el hombre no vive solamente de pan, sino de todo lo que sale de la boca del Señor.
Los bienes que a diario sustentan nuestras vidas como la comida y la bebida son un reflejo lejano del profundo deseo de vida que Dios desea compartir con nosotros.
A esto apunta el párrafo del discurso sobre el pan de la vida que la Iglesia nos invita a escuchar. Después haber multiplicado los panes para la multitud Jesús pronuncia una amplia catequesis sobre el sentido del pan que Él vino donando que anticipa el don de la Eucaristía que se llevará a cabo en la ultima cena, mejor dicho, en todos los eventos de la Pascua.
Escuchamos lo que Jesús nos dice en la pagina del Evangelio aplicándola a la Eucaristía que muchas veces tuvimos (y tenemos la dicha de celebrar).
El que come de este pan vivirá... la Eucaristía es comida y como todas las comida es promesa de vida. La comida que dona Jesús mucho mas de lo que fue donado por medio de Moisés es vida eterna y el que come de este pan vivirá eternamente.
Esta vida que la Eucaristía promete no es negación del camino de la existencia humana que – lo sabemos bien – está entrelazado con el sufrimiento y la muerte porque Jesús nos promete yo lo resucitaré. La vida divina que la Eucaristía genera es camino pascual que pasa por la cruz para llegar a la resurrección como la Pascua de Jesús que recién celebramos nos recordó muy bien.
Este camino que es la Eucaristía es puerta de entrada en la relación entre Jesús y el Padre-Dios como una vez mas los Evangelios de los domingos pascuales nos han recordado. Un Padre-Dios presentado por Jesús como un Padre que tiene vida, un padre en quien permanecer permaneciendo en Jesús... pero al mismo tiempo un Padre por el cual vivir.
Jesús parece como destacar dos caras del misterio de la Eucaristía.
Una primera que llamaría estática expresada por el verbo permanecer: ...el que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mi y Yo en él.
Hay un efecto de la Eucaristía en nuestro permanecer con Jesús y con el Padre-Dios. Bien expresa esto el nombre comunión que la Iglesia utiliza para indicar el Sacramento de la Eucaristía. Por si mismo la Comunión es un efecto del sacramento algo que el pan y vino de la Misa generan. Comunión es este permanecer en Jesús y por medio de Él en el Padre-Dios.
Este permanecer se acompaña, se une estrictamente con un vivir-actuar con Jesús y por medio de Él con el Padre-Dios. Escuchamos de vuelta como lo expresa Jesús: el que come mi carne y bebe mi sangre PERMANECE en mi y YO en él. Así como Yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera el que me come vivirá por mi.
Es la otra cara de la Eucaristía. No solamente un permanecer sino un vivir por, un ser enviados como Jesús fue enviado por el padre. El nombre comunión llama el Sacramento con sus efectos recordandonos que el Sacramento continúa – mejor dicho – debería continuar en sus efectos. Meno utilizado pero la Iglesia nunca dejó de llamar a la Eucaristía fracción del pan. Es el tercer gesto de Jesús en la ultima cena el gesto que hace posible practicamente comer de su presencia, es el ejemplo a imitar en toda nuestra vida llamada a cuidar el hermano. Quien se alimenta del pan de la misa crece en la comunión con Jesús y con el Padre-Dios y es enviado como testigo de esta comunión.
En la mayoría de estos domingos sin Misas con el pueblo al mediodía salía con la custodia frente al Templo para bendecir la ciudad y la parroquia y muchas veces pensaba en el deseo de Jesús que su pueblo volviera a celebrar la comunión con Él y hoy sumo el deseo que su pueblo por cuanto no pudo reunirse pueda ser testigo de esta comunión con Jesús reflejo de la comunión con el Padre. Comunión que es quedarse con Él para ir con Él a los hermanos rumbo a la morada de la muchas habitaciones donde el Padre con Jesús nos espera.
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