PABLO VI, La oración es nuestra vigilia en espera de la luz (Audiencia general),
Miércoles 12 de diciembre de 1973.
(traducción desde el italiano por Marco Bottoni)
¡Cuanto nos interesa este hombre moderno!¡Cuando debe interesar cada uno de nosotros!
Esto decimos siempre en orden a la relación del hombre con la religión, con Dios. ¡Vemos interrumpida esta relación!
Cuanta gente vive sin pensar en su existencia y en su importancia; caminan como ciegos, ciegos por elección.
Por un lado la costumbre de no preocuparse los ha hecho insensibles a la religión, a los problemas que esta conlleva, a las consecuencia practicas e inmediata que tan pronto la falta de religión refleja en la vida cotidiana, especialmente en la moral. Por otro lado una reflexión filosófica – que no tenemos dudas en calificar irracional – se atrevió afirmar la no existencia de Dios, la “muerte de Dios” en el pensamiento del hombre, casi como un adelanto de la mente y de la ciencia, y por ende una liberación de la supuesta relación con Dios, una emancipación del hombre, una normal y final reivindicación, una cumbre en la conquista de la modernidad.
Nosotros sabemos – a revés – que eliminado el “problema de Dios” todo se transforma en un problema; cae el castillo esencial de la causa suprema de cada cosa, cae el principio de la racionalidad, la intima razón de la verdad, cae la norma eficaz y superior del sistema moral de nuestra vida (Cf. San Agustín). El olvido de Dios no es una liberación, es una privación, no es una afirmación de la lógica científica sino la admisión de una ignorancia fundamental en la órbita superior del pensamiento humano, admisión de un misterio sin solución: el misterio de la nada.
Para nosotros no es así. Nosotros sabemos que Dios existe, que Él es; mas aún que no se puede concebir la existencia de cualquier cosa sin admitir una primera y trascendente fuente. Repetimos a nosotros mismo; esto es ciertísimo. Para nuestra racionalidad, para nuestra felicidad: ¡Dios es! (Hebreos 11,6 ).
¿Es esto un esfuerzo superior a nuestras capacidades de conocimiento? No, pero hay que ponerle atención: cuanto mas estamos seguros de la existencia de Dios, tanto mas es difícil tener un concepto correspondiente de Él.
Es difícil pensar Dios, por el hecho mismo que Él es Dios. Esto explica porque la mentalidad religiosa no siempre se desarrolle con un adelanto paralelo a la mentalidad racional y científica. Esta ultima subvalora la forma imaginaria, simbólica, muchas veces infantil por medio de la cual la mente pequeña y sencilla ha construido un concepto incompleto e incorrecto de la divinidad, de acá las crisis religiosas propias de jóvenes, estudiantes, estudiosos.
La idea de Dios llega a ser tan nueva, tan grande, tan superior a la capacidad de la comprensión humana que surge la tentación de renunciar en medirse con la misma. Se prefiere negarla en lugar de aceptar el esfuerzo de conformar el pensamiento a las exigencia que de esta derivan. La intolerancia por un lado frente a formas religiosas faltantes y la dificultad – por otro lado – de lograr claridad sobre el verdadero Ser de Dios con facilidad debilitan la mente de quien ha gozado el ejercicio agrandado del pensamiento científico y adelantado, y cae en la tentación de la terrible elección entre el misterio de la nada y el misterio del Ser, acordando – como un rendido – preferencia al primero.
¿Como debemos portarnos por lo tanto nosotros?
Nosotros también somos hombres modernos. Hombres a los cuales no son extrañas las vicisitudes de estas crisis religiosas. La respuesta es sencilla en su enunciación: estudiar, actuar bien, rezar.
Dejamos por ahora las dos primeras, serían necesarios largos discursos, quedamos un poco en la tercera: la necesidad de la oración, al fin de lograr para nuestro espíritu la dicha de rezar, de conservar nuestra relación, racional y viva con Dios.
Hemos hablado en otras circunstancias sobre el silencio y la escucha del lenguaje religioso en su expresión silente y espontánea que sale de nuestra anima cuando está en estado de recogimiento y reflexión, y en su secreta voz que el mismo Espíritu sopla en nosotros.
Esta vez decimos algo sobre la oración entendida como búsqueda.
Explicamos una imagen sencilla: ¿Nunca se encontraron en una salón oscuro, sabiendo que una persona querida esta escondida por ahí? Intentaron dirigirle una palabra, una pregunta: ¿donde estás? ¿me escuchas? ¡déjate ver! Algo parecido acontece en la vida religiosa: nosotros sabemos que una Presencia está en frente, sabemos que Dios nos ve, nos escucha, nos espera, y ¿que hacemos? Nosotros oramos, utilizamos la oración para buscar el misterioso Interlocutor divino, presente a pesar que esté escondido.
La pregunta es esta, ingenua y atrevida: ¿Porqué Dios está escondido? ¿Porqué Dios es misterioso? ¿Porque Dios esta silente? ¡Cuantas cuestiones se apretujan en nuestro espíritu curioso e inquieto por los retrasos de Dios sin conocer sus designios!
Nos conformamos por ahora con una sola y parcial respuesta: ¡Dios se esconde para que lo busquemos! Su revelación en la historia y en las almas tiene tiempo que no coincide con los relojes de nuestros cálculos humano; su revelación tiene formas que no cierran con las formas de nuestro discurso terrenal. Además es seguro que Dios con su misterio inalcanzable, convoca nuestra búsqueda en un camino de conocimiento que nos transforma desde seres inferiores a superiores y nos hace pasar desde un nivel material y sensible a un nivel racional y espiritual, desde un orden natural a uno sobrenatural.
El encuentro con Dios puede acontecer como, donde y cuando Él quiere. Conocemos sus gustos sobre nuestra parte: deseo, búsqueda, oración.
La oración es nuestra vigilia en espera de la luz.
La voz de los Salmos expresa esta oración de vigilia con tonadas magnificas e inalcanzables. ¿Quien no conoce – por ejemplo el De profundis (Salmo 130)? ¿quien no desearía repetir la invocación de David en el desierto: “Dios, Dios mío, desde el amanecer te busco: sedienta de ti es mi alma...”? (Salmo 62,2)
Nosotros pensamos que el hombre moderno no tiene un alma apagado; a revés por la abundancia de experiencia que posee tiene – al final – un anhelo insatisfecho que se puede expresar en oración. Para nosotros creyentes modernos ¿No es acaso la hora de traducir en oración – como la Liturgia – el ansia de nuestros espíritus?
El Adviento que estamos celebrando es gimnasio por esta elevación espiritual.
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