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Las circunstancias en las cuales hemos hemos vivido y estamos viviendo la Pascua me llevan a rescatar un detalle cronológico de los relatos del don o efusión del Espíritu Santo que hemos escuchado.
La pagina del Evangelio nos devuelve al atardecer del primer día pasado el sábado el día de la resurrección. En la mañana de aquel día el sepulcro fue encontrado vacío por la tarde los discípulos quedan encerrados por el miedo. Miedo que le pase lo que hace pocas horas había pasado a Jesús, miedo que se les acusara de robar el cuerpo de Jesús. Encerrados por este miedo los discípulos reciben la visita de Jesús que cumple las promesa: ha vuelto, ha resucitado, olvida las fragilidades que han colaborado a su pasión y muerte sopla el Espíritu.
Según la pagina de los Hechos de los Apóstoles escritos por san Lucas el Espíritu Santo llega en la fiesta de Pentecostés (el festejo tradicional de los primeros frutos primaverales) cincuenta días después de la Resurrección.
Hay una explicación histórica muy sencilla y un sentido en la fe de esa diferencia de tiempo que puede ayudarnos.
El Espíritu Santo fue reiteradamente prometido por Jesús a lo largo de su predicación, sobre todo en los discursos de la ultima cena. San Juan que había quedado a los píes de la cruz con María y las demás mujeres llega a reconocer una primera efusión del Espíritu en el ultimo aliento de Jesús. Una efusión aparentemente caída en el vacío por la ausencia o el alejamiento del los discípulos. Cociente de esto Jesús resucitado repite la misma efusión como bien escuchamos. A pesar de esto los discípulos quedan atrapados y encerrados por el miedo hasta que la Efusión se hace aún mas evidente, fuerte o sencillamente los corazones de los discípulos están mas dispuestos para recibirla y se hacen testigos y testigos valientes.
Es una experiencia muy común frente a los dones de Dios. Dios nos dona constantemente a si mismo por medio de su Palabra, de su Sacramentos, de su cercanía en nuestra oración y todas las formas que conocemos... a pesar de esto nosotros necesitamos de tiempo para dejar paso a los dones de Dios. Los cincuenta días entre una efusión del Espíritu y la otra son la noticia de este tiempo así como se llevó a cabo en la historia de la primera iglesia.
Esta historia que me atrevería a titular: “una efusión larga siete semanas” con todo el valor simbólico que tiene el numero siendo el resultado de la plenitud del siete multiplicada pos si misma, esta historia de la larga efusión del Espíritu de Dios es en un cierto sentido la historia de la Iglesia de siempre. Es nuestra historia hoy.
Como los primeros nosotros también vivimos en el continuo camino en tomar conciencia del Espíritu que Jesús viene donando. Por cuanto lo hemos recibido una vez para siempre en el Bautismo, en la Confirmación en los demás Sacramentos, el Espíritu al cual a menudo rezamos desde la oración mas chica y sencilla como la Señal de la Cruz este Espíritu exige ser recibido uno y otra vez.
Si por el lado de Dios el don de si mismo está hecho una vez para siempre por nuestro lado, por el lado de quien recibe debe siempre ser renovado. Una imagen de la catequesis que siempre me ayuda a entender esto es pensar en una fuente de agua que mana constantemente abundante y saludable agua, la abundancia generosa de la fuente no quita la fatiga diaria de salir de las casas y conseguir con vajilla apropiada el agua necesaria.
Fuimos aprendiendo e lo largo de los domingos de la Pascua que el Espíritu se revela en lo que hace, el Espíritu se conoce por sus efectos. Los símbolos utilizados por san Lucas viento y fuego confirman. El invisible viento recuerda el valor del aire, el viento cambia la temperatura y el clima trae o aleja la lluvia que da vida a la tierra y a los animales.
El fuego calienta, purifica, cocina, ilumina...
Viento y fuego producen efectos abundantes.
Lo mismo podemos decir del soplo de Jesús que está en el corazón de la pagina del Evangelio.
El soplo de Jesús confirma que está vivo a pesar que hayan quedados los rasgos de la pasión.
El soplo de Jesús es un deseo de paz dicho a quien pocas horas antes estaba peleado entre tomar las armas o huírse por el miedo.
El soplo de Jesús es perdón de los pecados.
Los Evangelios solo relatan el drama de Judas que se deja aplastar por su culpa y el llanto de Pedro que toma conciencia de su cobardía. Podemos imaginar que estos sentimientos no eran ausentes en los demás. El soplo de Jesús que es el Espíritu Santo es anuncio del perdón de los pecados. Seguramente era algo que los discípulos necesitaban escuchar. Interesante es como Jesús lo anuncia. Parece dar por sentado que su oyentes estén perdonados. Lo que le preocupa es que su discípulos anuncien y celebren el perdón de los pecados.
Reconocemos en estas palabras de Jesús la institución del Sacramento de la Reconciliación este poder inmenso y precioso que Jesús dejó a su Iglesia de pronunciar en nombre de Dios el perdón. Pero al mismo tiempo, casi como consecuencia me atrevería a decir lógica de este perdón acordado por Dios el discípulo vive y anuncia el perdón.
En todas las Misas por lo menos dos veces se invoca la efusión del Espíritu santo. La primera es sobre el pan y vino que se transforman en el cuerpo y sangre de Jesús. Se pide al Espíritu que haga presente Jesús en el pan y vino y al mismo tiempo que renueve en nosotros los frutos de la Pascua de pasión, muerte y resurrección de Jesús. Terminado el relato de la ultima cena hay una segunda invocación esta vez sobre la Iglesia, la comunidad. Suena en estas palabras: que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del cuerpo y la sangre de Cristo (II Plegaria Eucarística - PE segunda) o llenos de su Espíritu Santo formemos en Cristo un solo cuerpo (III PE) o – para nombrar una mas – concedenos, por la fuera del Espíritu de tu amor, ser contados ahora y por siempre entre el numero de los miembros de tu Hijo (V PE).
El Espíritu Santo soplo de Jesús resucitado es la presencia de Jesús mismo y al mismo tiempo es el llamado a la Iglesia para que viva como vivió Jesús: anunciando el Evangelio de la vida, muriendo con esperanza y si necesario perdonando, proclamando en todas las lenguas que Jesús ha resucitado para que nuestras vidas sean anticipo de resurrección.