domingo, 31 de mayo de 2020

HOMILÍA: Domingo de Pentecostés (31 de mayo de 2020) Juan 20, 19 – 23.

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Las circunstancias en las cuales hemos hemos vivido y estamos viviendo la Pascua me llevan a rescatar un detalle cronológico de los relatos del don o efusión del Espíritu Santo que hemos escuchado. 

La pagina del Evangelio nos devuelve al atardecer del primer día pasado el sábado el día de la resurrección. En la mañana de aquel día el sepulcro fue encontrado vacío por la tarde los discípulos quedan encerrados por el miedo. Miedo que le pase lo que hace pocas horas había pasado a Jesús, miedo que se les acusara de robar el cuerpo de Jesús. Encerrados por este miedo los discípulos reciben la visita de Jesús que cumple las promesa: ha vuelto, ha resucitado, olvida las fragilidades que han colaborado a su pasión y muerte sopla el Espíritu. 

Según la pagina de los Hechos de los Apóstoles escritos por san Lucas el Espíritu Santo llega en la fiesta de Pentecostés (el festejo tradicional de los primeros frutos primaverales) cincuenta días después de la Resurrección. 

Hay una explicación histórica muy sencilla y un sentido en la fe de esa diferencia de tiempo que puede ayudarnos. 
El Espíritu Santo fue reiteradamente prometido por Jesús a lo largo de su predicación, sobre todo en los discursos de la ultima cena. San Juan que había quedado a los píes de la cruz con María y las demás mujeres llega a reconocer una primera efusión del Espíritu en el ultimo aliento de Jesús. Una efusión aparentemente caída en el vacío por la ausencia o el alejamiento del los discípulos. Cociente de esto Jesús resucitado repite la misma efusión como bien escuchamos. A pesar de esto los discípulos quedan atrapados y encerrados por el miedo hasta que la Efusión se hace aún mas evidente, fuerte o sencillamente los corazones de los discípulos están mas dispuestos para recibirla y se hacen testigos y testigos valientes. 

Es una experiencia muy común frente a los dones de Dios. Dios nos dona constantemente a si mismo por medio de su Palabra, de su Sacramentos, de su cercanía en nuestra oración y todas las formas que conocemos... a pesar de esto nosotros necesitamos de tiempo para dejar paso a los dones de Dios. Los cincuenta días entre una efusión del Espíritu y la otra son la noticia de este tiempo así como se llevó a cabo en la historia de la primera iglesia.

Esta historia que me atrevería a titular: “una efusión larga siete semanas” con todo el valor simbólico que tiene el numero siendo el resultado de la plenitud del siete multiplicada pos si misma, esta historia de la larga efusión del Espíritu de Dios es en un cierto sentido la historia de la Iglesia de siempre. Es nuestra historia hoy. 
Como los primeros nosotros también vivimos en el continuo camino en tomar conciencia del Espíritu que Jesús viene donando. Por cuanto lo hemos recibido una vez para siempre en el Bautismo, en la Confirmación en los demás Sacramentos, el Espíritu al cual a menudo rezamos desde la oración mas chica y sencilla como la Señal de la Cruz este Espíritu exige ser recibido uno y otra vez. 

Si por el lado de Dios el don de si mismo está hecho una vez para siempre por nuestro lado, por el lado de quien recibe debe siempre ser renovado. Una imagen de la catequesis que siempre me ayuda a entender esto es pensar en una fuente de agua que mana constantemente abundante y saludable agua, la abundancia generosa de la fuente no quita la fatiga diaria de salir de las casas y conseguir con vajilla apropiada el agua necesaria. 
Fuimos aprendiendo e lo largo de los domingos de la Pascua que el Espíritu se revela en lo que hace, el Espíritu se conoce por sus efectos. Los símbolos utilizados por san Lucas viento y fuego confirman. El invisible viento recuerda el valor del aire, el viento cambia la temperatura y el clima trae o aleja la lluvia que da vida a la tierra y a los animales. 
El fuego calienta, purifica, cocina, ilumina...
Viento y fuego producen efectos abundantes. 
Lo mismo podemos decir del soplo de Jesús que está en el corazón de la pagina del Evangelio. 
El soplo de Jesús confirma que está vivo a pesar que hayan quedados los rasgos de la pasión. 
El soplo de Jesús es un deseo de paz dicho a quien pocas horas antes estaba peleado entre tomar las armas o huírse por el miedo. 
El soplo de Jesús es perdón de los pecados. 
Los Evangelios solo relatan el drama de Judas que se deja aplastar por su culpa y el llanto de Pedro que toma conciencia de su cobardía. Podemos imaginar que estos sentimientos no eran ausentes en los demás. El soplo de Jesús que es el Espíritu Santo es anuncio del perdón de los pecados. Seguramente era algo que los discípulos necesitaban escuchar. Interesante es como Jesús lo anuncia. Parece dar por sentado que su oyentes estén perdonados. Lo que le preocupa es que su discípulos anuncien y celebren el perdón de los pecados. 
Reconocemos en estas palabras de Jesús la institución del Sacramento de la Reconciliación este poder inmenso y precioso que Jesús dejó a su Iglesia de pronunciar en nombre de Dios el perdón. Pero al mismo tiempo, casi como consecuencia me atrevería a decir lógica de este perdón acordado por Dios el discípulo vive y anuncia el perdón. 

En todas las Misas por lo menos dos veces se invoca la efusión del Espíritu santo. La primera es sobre el pan y vino que se transforman en el cuerpo y sangre de Jesús. Se pide al Espíritu que haga presente Jesús en el pan y vino y al mismo tiempo que renueve en nosotros los frutos de la Pascua de pasión, muerte y resurrección de Jesús. Terminado el relato de la ultima cena hay una segunda invocación esta vez sobre la Iglesia, la comunidad. Suena en estas palabras: que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del cuerpo y la sangre de Cristo (II Plegaria Eucarística - PE segunda) o llenos de su Espíritu Santo formemos en Cristo un solo cuerpo (III PE) o – para nombrar una mas – concedenos, por la fuera del Espíritu de tu amor, ser contados ahora y por siempre entre el numero de los miembros de tu Hijo (V PE).

El Espíritu Santo soplo de Jesús resucitado es la presencia de Jesús mismo y al mismo tiempo es el llamado a la Iglesia para que viva como vivió Jesús: anunciando el Evangelio de la vida, muriendo con esperanza y si necesario perdonando, proclamando en todas las lenguas que Jesús ha resucitado para que nuestras vidas sean anticipo de resurrección. 

domingo, 24 de mayo de 2020

HOMILÍA: Ascensión del Señor (24 de mayo de 2020) Mateo 28, 16 – 20.


Los cuarenta días de las apariciones del resucitado medidos por san Lucas al comienzo de los Hechos de los Apóstoles son medidos “después de su pasión”. La pagina de san Mateo con el mismo relato es introducida con “después de la resurrección”. Sin medirlo también Mateo nos relata un tiempo entre la pascua y la ascensión a lo largo del cual los once pudieron volver a Galilea. 

La Ascensión sella los eventos de la Pascua: tanto la pasión cuanto la resurrección. 

En su pasión y muerte Jesús se humilló (Fil 2) hasta el final. Hasta el extremo. Llegó a compartir el destino de los peores malhechores, a pesar de su actitud bondadosa, Jesús vive todas las dificultades del creyente que carga el sufrimiento. Su oración pasa por el agradecimiento, la confianza pero también por la suplica y hasta la lamentación. Con su bajada al lugar de los muertos Jesús recorre el camino humano hasta su paso mas difícil cual es la muerte y lo que sigue: aquel juicio donde mas que sancionar las culpas se rescatarán los méritos pero al mismo tiempo se sanarán las heridas que los pecados han dejado en nosotros. Jesús no tenía rasgos de pecado – a pesar de eso – ya la primera generación de los creyentes proclamaba su fe en el descenso a los infiernos rescatando como la existencia del Hijo de Dios fue solidaria con los hombres de verdad hasta el final. 

Después de su pasión, después de su resurrección...

La pasión tiene un después. Es la resurrección. 

La Ascensión nos dice que también la resurrección anuncia un después o sea también la resurrección como la vida ante de la muerte es un camino a recorrer. Contemplamos este camino de la resurrección, este después de la resurrección en la luz de la palabra de Dios que la Iglesia nos ofrece. 

Primer paso del camino: creer en la resurrección. 
Tampoco quien lo vio resucitado fue preservado de esta dificultad: sin embargo, algunos todavía dudaron. Recuerda san Mateo. La resurrección como todos los hechos de gracias de la vida de Jesús acontecieron una vez para siempre pero por nuestro lado necesitan ser constantemente renovados. En esto nos ayudó el camino de la Pascua desde la mañana de la resurrección con el sepulcro vacío, la tarde con la aparición del Señor misericordioso a los apóstoles reunidos y a los dos que huían camino a Emaús, ocho días después otra vez a los apóstoles incluido Tomás que cree contemplando las heridas. Nos ayudó reconociendo el Resucitado en las imagen del pastor con la cual Jesús se había descrito en su vida, nos ayudó reconociendo la paternidad de Dios en la experiencia filial de Jesús y en el Espíritu que desde la cruz empieza a soplar... 
Será un camino nunca acabado... el Resucitado tiene palabras clara: hasta los confines de la tierra (según san Lucas) hasta el fin del mundo (según san Mateo). Tienen valor geográfico y nos hacen pensar en la Misión de la Iglesia pero tienen además un valor personal: la fe será un camino que nunca termina. 

Esto abre el segundo paso. El discípulo se transforma en testigo: serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta los confines de la tierra (según san Lucas), vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos (Según san Mateo). Por cuanto la fe en la resurrección pueda ser frágil, constantemente expuesta al riesgo de caer, el discípulo puede ser testigo. En este desafío no estamos solos con nosotros queda Jesús: yo estaré siempre con ustedes (según san Mateo) recibirán la fuerza del Espíritu Santo (según san Lucas).

Esta presencia nueva de Jesús por medio del Espíritu nos abre a un tercer paso. El discípulo que cree e desea ser testigo vive invocando, rogando, deseando esta presencia de Dios. La Ascensión estrena además el tiempo de la Iglesia que conmemora, celebra y reza. 
Según Mateo las ultimas palabras del Resucitado recuerdan la tarea de bautizar o sea de “sumergir”, envolver todo con el nombre de Dios, con su presencia, según san Lucas las ultimas palabras del Resucitado son pronunciadas En una ocasión mientras estaba comiendo con ellos... o sea renovando la acción de gracias en la comunión con la cual Jesús se había despedido. La Ascensión es el comienzo del tiempo de los Sacramentos: el tiempo donde Jesús se hace presente en los signos de la Iglesia. Hay los Siete Sacramentos que todos conocemos y hay todos los gestos sacramentales que la Iglesia sabe cumplir o sea todos los gestos que ayudan a creer y ser animados al testimonio, a vivir los primeros dos pasos en la resurrección. 

Ubico por fin un cuarto paso. Les confieso que este año por como vivimos la Pascua lo sentí mas fuerte. La Ascensión nos recuerda por fin que la Resurrección ha acontecido en Jesús pero para nosotros todavía tiene que llegar. La Ascensión nos recuerda que por ahora estamos en la tierra en una vida enmarcada por la muerte. Que nos guste o menos debemos sacar la cuenta con nuestro fin. La fe, la esperanza, la resurrección prometida son un camino que pasa por las puertas estrictas del sufrimiento y de la muerte. 

La Ascensión nos recuerda que por ahora los primeros tres pasos que hemos recordado son una gracia a pedirse: 
hay que pedir la fe y custodiarla cuando se recibe. 
Hay que pedir la fuerza del testimonio y la valentía en no traicionar nuestra fe. 
Hay que pedir que los frutos de los sacramentos broten en nosotros. 
Fe, testimonio, sacramentos por el lado de Dios son donados una vez para siempre después de su pasión, después de su resurrección, por nuestro lado son un tesoro que en vasija de barro que hay que proteger. 
En la segunda lectura san Pablo nos dice: que Él (Dios) ilumine sus corazones para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados...

Un poco lo viví y lo pedí para tantos hermanos: que las dificultades de esta emergencia nos ayuden a valorar la esperanza y sentirnos bendecidos por poseer esta esperanza por cuanto siempre debamos conquistarla. 

El Señor asciende entre aclamaciones. Respondemos al Salmo. Que entre las aclamaciones de esta renovada ascensión haya nuestra profesión de fe, nuestro testimonio que trasforma en frutos los sacramentos recibidos, nuestra esperanza. 

domingo, 17 de mayo de 2020

HOMILÍA: sexto Domingo de Pascua (Juan 14, 15 - 21) 17 de mayo de 2020


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Seguimos en un nuevo domingo de la Pascua escuchando las palabras de Jesús en su ultima cena... palabras cargada de preocupación para que sus discípulos puedan sobrellevar el drama de la pasión y muerte del Maestro, puedan entender el misterio de la resurrección y ser testigos del Evangelio que tuvieron la dicha de escuchar. El intenso anuncio de la paternidad de Dios que escuchamos el pasado domingo y que parece volver otra vez en las palabras escuchadas hoy guarda una promesa mas: el Espíritu de Dios. 
“Dios es Espíritu” escuchamos decir por Jesús en su encuentro con la mujer de Samaría que acompañó nuestra cuaresma. Por cuanto invisible el Espíritu que es Dios por el fiel judío no es algo abstracto sino algo que se conoce en lo que hace. La primera mención del Espíritu de Dios en la Biblia está en el relato de la creación en el segundo versículo de toda la Biblia cuando se dice que el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas... aleteaba o cernía según otra traducción: un espirito activo, fecundo que engendra, protege y alienta la vida. Me permití esta amplia premisa porque la primera mención del Espíritu que Jesús nos ofrece hoy es un Espíritu Paráclito que podríamos traducir como “el que no deja solo” o “el defensor”. El Espíritu que es Dios es Dios en cuanto aliado con nosotros. Es Dios que – dice Jesús – permanece con nosotros y es un Espíritu de verdad o sea quien puede desvelar nuestro rasgos mas lindos y autenticos. Lo escuchamos en forma muy muy clara el pasado domingo Jesús está en el Padre. El Espíritu es Dios que nos recibe en la relación del Padre-Dios con Jesús su hijo. El Espíritu de la verdad es Dios que nos devuelve a nuestra verdad:y nuestra verdad es ser hijos de un Dios que es Padre así como su hijo Jesús lo hizo conocer. 
En estas alturas del anuncio de Jesús no perdemos el punto de partida: el Espíritu que es Dios vive en sus efectos. Justo en el corazón de la pagina Jesús anuncia su resurrección: Yo vivo y también ustedes vivirán. 
Jesús pastor bueno – como escuchamos hace dos domingos – llega por medio de una puerta que lo hace confiable pero Jesús es al mismo tiempo la puerta misma. 
Jesús hijo amado es vida, vive y vivirá para siempre en su resurrección pero al mismo tiempo se transformará en la vida para todos. 
Les invito que quedemos en la contemplación de esto. Dios en nosotros y nosotros en Dios.
Jesús va repitiendo reiteradamente lo mismo por lo tanto les invito a recorrer de vuelta la pagina escuchando cada anuncio de Jesús como una puerta sobre esta presencia de Dios en nosotros y de nosotros en Dios. Ojalá que este domingo mas de la Pascua nos deje renovada la conciencia de esto. 
Cuento 8 repeticiones de este anuncio: 
  1. PRIMERA: el Espíritu que no nos deja solos y que nos defiende, como expresado por el título paráclito, es fruto de la oración de Jesús o sea de su relación con el Padre. Nosotros también por medio de la oración podemos hacer presente y hacer eficaz el Espíritu que es Dios que no deja solos y defiende. Cuanto estamos viviendo esto en estos días de alejamiento. 
  2. SEGUNDA REPETICIÓN: El Espíritu es verdad y podemos conocerlo porque permanece y el verbo permanecer nos evoca aquella morada de muchas habitaciones que Jesús prometió como lugar de la compañía del Padre. 
  3. Este permanecer del Espíritu será el camino de la vuelta de Jesús: volveré a ustedes... (TERCER ANUNCIO DE CERCANÍA)
  4. Volverá como el viviente que comparte y dona vida así como una fuente de agua abundante dona agua hasta de sobra. (CUARTA REPETICIÓN). Esta demasía se hace mas clara en la 
  5. QUINTA REPETICIÓN: La vuelta de Jesús será la oportunidad para comprender que Jesús está en el Padre-Dios y que nosotros por medio de Él estamos en Dios y por lo tanto en el abrazo de los tres: Espíritu, Hijo y Padre-Dios
  6. Todo esto no es algo cerrado en si mismo, algo lindo que queda en nosotros sino algo que está llamado a desparramarse. Por eso en el SEXTO ANUNCIO Jesús habla sobre los mandamientos: la ley del amor que venía anunciando, mandamientos que son y serán el reflejo del amor que fluye desde Dios hacia nosotros y de nosotros hacia Dios. 
  7. Y por fin... una vez mas en las SEPTIMA posición – por lo menos en mi intento de lectura – en la posición de la plenitud: un Dios que es amor que ama a los que le aman: el que me ama será amado por mi Padre. 
  8. El anuncio se escucha repetido el que me ama será amado por mi Padre y Yo lo amaré... Jesús espejo fiel del amor del Padre es al mismo tiempo la plenitud y el infinito del amor del Padre (como sugiere la octava y ultima repetición de la presencia de Dios con nosotros). Su pasión triste y sufrida revela la medida sin medida del amor y lo abre al infinito. 
Estamos en frente a cosas tan alta que pueden asustarnos. Descanso en un ejemplo de sabiduría de Santa Teresa del Niño Jesus (joven francesa del siglo XIX): 
Yo bien poca cosa puedo hacer, o, mejor, absolutamente nada si estuviese sola. (...) En efecto, el cero por sí solo no tiene valor, pero colocado junto a la unidad se hace poderoso, ¡con tal de que se lo coloque en el lugar debido, detrás y no delante...! Y ahí precisamente es donde Jesús me ha colocado a mí, y espero estar ahí siempre... 
Espíritu es Dios que nos coloca detrás del uno que es Jesús para que el amor del Padre sea reflejado en nosotros y en todo.
Dejemos que el Espíritu coloque nuestro cero detrás del uno y único Jesús.

domingo, 10 de mayo de 2020

HOMILÍA: quinto Domingo de Pascua (Juan 14, 1 - 12)


En doce versículos tomados de los discursos de adiós pronunciados por Jesús en la ultima cena, en doce versículos, doce veces aparece la palabra Padre: once veces en los labios de Jesús, una vez en el pedido de Felipe. El domingo que vivimos nos invita a contemplar la paternidad de Dios. 

Pasamos por arriba dos criticas a la paternidad de Dios – tan central en el anuncio de Jesús – dos criticas que tanto espacio tuvieron en el ultimo siglo. 

Primera critica: decir que Dios es padre no excluye que sea al mismo tiempo madre. Ya el profeta Isaias lo había entendido muy bien: ¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré! (Is 49,15). Y muchas otras citas confirmarían cuanto no falte la imagen materna para hablar sobre Dios. 

Segunda critica: tristemente no faltan ejemplos malos de padres que por lo tanto hacen el título “padre” algo por si mismo dudoso. A esta critica aún mas fuerte que la primera podemos responder haciendo nuestro el deseo del apóstol Felipe: cuando decimos Padre para dirigirnos a Dios mucho mas que nuestras ideas e imágenes de padre que – por cuanto buenas – son limitadas, debemos mirar al Padre-Dios así como Jesús lo anunció y lo testimonió en su experiencia de hijo. Recuerdo en el año jubilar del Santuario – hace dos años – cuando recibimos la visita de la hermana Doría Schilkmann (estudiosa de la historia del padre José Kentenich y del movimiento de Schoenstat) en el encuentro personal que tuve con ella me había aclarado como la insistencia pastoral del padre José sobre la paternidad de Dios tenía una de sus motivaciones en contrastar estas ideas criticas a la paternidad misma y mas en general al progenitor identificado por tantos como el culpable por todas las dificultades de la persona. El deseo de Felipe corrige este riesgo. Llamar a Dios: padre no es proyectar en él nuestras vivencia limitada de paternidad sino aprender que significa ser padre. A quien vive la paternidad natural o espiritual Jesús recuerda que el ejemplo y modelo a seguir es el Padre del cielo, el Padre como Jesús mismo lo reveló: Felipe... el que me ha visto, ha visto el Padre. 

Hechas estas premisas me gustaría en este domingo caminar por las once menciones que Jesús hace del Padre-Dios y de cada una rescatar un rasgo del Padre bueno que está en cielo para que lo contemplemos en la oración: 

PRIMERA: en la casa de mi Padre hay muchas habitaciones: el Padre-Dios es generoso, las habitaciones de su morada son muchas y en esta morada Él se pasa el tiempo esperándonos. Puede ser una florecilla pero guardo en la memoria un cuento para la catequesis en el cual un niño de catequesis pregunta al párroco que hizo Dios desde la eternidad hasta el día en que creó el mundo... el buen cura respondió: nos esperó ya amándonos.

SEGUNDA MENCIÓN: nadie va al Padre sino por mi. El camino al Padre-Dios y a su morada con muchas habitaciones es Jesus. Jesús es el camino, el compañero en el camino mismo y va por adelantado – como el pastor sobre que escuchamos el pasado domingo – va por adelantado para esperarnos en la morada de muchas habitaciones junto con el Padre. Conocer a Jesús es conocer el camino, es conocer la guía en el camino es conocer el destino. 

Por eso Jesús dice: Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. (TERCERA MENCIÓN).

Sigue el pedido de Felipe que ya recordamos: Señor, muéstranos al padre y eso nos basta. 
A este pedido Jesús contesta con la que me gustaría pensar una letanía de la paternidad de Dios: 
el que me ha visto ha visto el Padre (4)
o sea conocemos al Padre conociendo la vivencia como hijo de Jesús.

¿Como dices: muéstranos al Padre? (5) o sea el Padre es revelado por Jesús... 

Pero esto no dice lo bastante. Jesús no es solamente el medio de comunicación del Padre sino quien está en el Padre (6) como el Padre está en Él (7). Con la proclamación de esta reciproca presencia del Padre en el Hijo y del Hijo Jesús en el Padre llegamos a las sexta y séptima mención del Padre. Sabemos como en la mentalidad judía el séptimo lugar indicaba la plenitud: la plenitud de la revelación del Padre-Dios es su presencia en Jesús, Jesús el Hijo eternamente presente en el Padre. Otra imagen de catequesis que siempre me ayudó a entender esto: un espejo que reflejara a si mismo o reflejara un otro espejo a poco serviría. Jesús – a revés – es un espejo tan fiel de la paternidad de Dios que el Padre mismo se complace por tanta fidelidad. 

Pasando esta cumbre Jesús confirma que sus palabras son las palabras del Padre (octava mención). 

Un Padre que habita en Jesús (9), está en Jesús (10) y deja que Jesús esté en el Padre mismo (10). 

Para que esta unidad aparezca aún mas clara hay una otra expresión propia de la lógica cultural de Jesús, de Felipe, de Juan autor del Evangelio y de la primera Iglesia que recibió su libro: Las palabras que digo no son mías: el Padre (8) que habita en mi es el que hace las obras. Es la octava mención la que pasa desde la plenitud del 7 al infinito pero al mismo tiempo hay – por lo menos a nuestro oídos – algo desentonado. Jesús habla (palabras... no ...suyas) y el Padre que habita en Él hace... obras. La palabra de Jesús es la obra del Padre. ¿Que significa? Podríamos quedar en una explicación histórica recordando el grande valor que tenía la palabra en el mundo antiguo. La palabra era lo que hoy son los contratos, los títulos de propiedad o crédito, las cartas poder y cuanto mas. En la cultura del Evangelio la palabra no era algo que el viento llevaba sino algo que genera lo que significa. Pero al mismo tiempo nos dice que Jesús no es sencillamente el mensajero del Padre. Con una imagen moderna diríamos el parlante que trasmite un mensaje de otro. Sino Jesús es la palabra mismo del Padre-Dios, en Él, en su vida concreta Dios habla: habla en lo que anuncia, habla en lo que hace, habla en lo que vive, habla en lo que sufre. 

La referencia a la obra de Dios que es Jesús nos devuelve al misterio de la Pasqua que estamos celebrando. Por medio de su pasión y muerte Jesús va, llega, vuelve al Padre-Dios. Se adelanta a nosotros para que el camino quede claro. 

Yo me voy al Padre. Mención doce y cierre de la pagina. 

Buen viaje al Padre Jesús... cuida la morada con muchas habitaciones nosotros te seguimos... acompáñanos. 

domingo, 3 de mayo de 2020

HOMILÍA: Cuarto Domingo de Pascua (3 de mayo de 2020) - Juan 10, 1 – 10.


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  •                                                                                                   

El cuarto Domingo de la Pascua nos invita a contemplar a Jesús resucitado por medio de la imagen del pastor. Una imagen que ya en el Antiguo Testamento indicaba la obra de Dios a beneficio de su pueblo, obra muchas veces llevada a cabo por su enviados como profetas, sacerdotes, reyes, sabios. 

Jesús atribuye esta imagen a si mismo. La primera descripción del pastor que es Jesús es ofrecida por contraste con el ladrón y el asaltante. El pastor bueno que es Jesús tiene una voz que las ovejas reconocen, conoce a cada una por su nombre, es confiable porque sabe el camino y por lo tanto va delante para que lo sigan. A revés el ladrón y el asaltante no tiene voz conocida, las ovejas no le siguen sino huyen por el miedo que este suscita.

La autenticidad, la bondad y la confiabilidad del pastor que es Jesús es anunciada por su entrada al corral por la puerta mientras los malos trepan por otro lado. El pastor bueno que es Jesús entra por la puerta anunciado por el guardián que le abre. Su entrada es totalmente respetuosa y por lo tanto confiable, al mismo tiempo su entrada no es solitaria sino preparada, acompañada y facilitada por uno o mas colaboradores como el guardián que Jesús nombra. 

La primera parte del amplio discurso sobre Jesús pastor bueno se enfoca por lo tanto sobre el paso por la puerta del pastor mismo. Puerta que lo diferencia de los malos al punto que Jesús frente a la incomprensión de su oyentes llega a decir dos veces Yo soy la puerta. 

Quisiera en este domingo quedar un momento mas en la contemplación de Jesús Puerta. 

En primer lugar hay como un creciendo en el valor de esta puerta. Al comienzo Jesús habla sobre la puerta como la entrada acostumbrada al corral que garantiza la bondad del pastor. El primero que pasa por la puerta es el Pastor que así se hace conocer y reconocer. Retomando la imagen por lo que no comprendieron Jesús se proclama puerta de las ovejasYa no es el solo ni el único que pasa por la puerta sino se identifica con el camino bueno de entrada y salida desde el corral, camino bueno y camino que hace buenos y confiables quienes lo recorren. 

Estamos en frente a la dinámica mas linda y profunda de la misión de Jesús. Lo que hace, dice, muestra, enseña lo hace por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación como dice la forma mas amplia del Credo: por nosotros seres creados y amados por Él. Por nosotros Él pasa por la puerta para que lo reconozcamos bueno y confiable y desea que pasemos por la puerta que es Él mismo para que seamos cada días mas como Él es. La segunda vuelta que repita Yo soy la puerta sus palabras se hacen aún mas clara: quien entra se salvara... encontrará su alimento y por fin tiene vida y vida abundante sabemos que esta abundancia limita con la eternidad.

Llevamos un mes y medio escuchando la invitación quédate en casa y muchas actividades que llevábamos a cabo tranquilamente ahora es mejor que las cerremos atrás de una puerta para protegernos y proteger los demás. Conocemos las dificultades que esto está llevando consigo. Las dificultades practicas como las dificultades mas personales y profundas que van desde la depresión a la violencia sin excluir la vivencias de inutilidad que a veces despiertan la fantasía, a veces la apagan. 
Estos largos días y semanas de aislamiento social están revelándonos algunas faltas que las puertas de nuestras casas pueden conllevar. 
Jesús dice que por la puerta que Él es se entra y se sale, mientras demasiadas veces las puertas de nuestras moradas no eran así versátiles. Se entraba para huir o esconderse de algo o a revés se salía para no asumir las cargas del hogar mismo. Muchos sienten pesadas las puertas de su hogar. Pesada porque no permiten salir y nos dejan con todas las cargas del interior de la casa y de nosotros mismos. Pesadas porque no permiten salir y hasta en forma molesta nos recuerdan cuanto fuimos desagradecidos por muchas cosas que tenemos. Estoy seguro – seguro porque creo en la obra de Dios – que muchos discípulos cuando podrán volver a la Misa y a las demás celebraciones publicas de la Iglesia renovaran el agradecimiento, y lo harán en forma mas autentica, profunda y sincera. 
Pesadas son la puerta de las casas porque non pueden dejar entrar a otros. Cuanto cuesta no visitar a otros, cuando cuesta entrar en espacio compartidos con tapaboca y distancia. Cuanto cuesta no visitar sobre todo lo mas frágiles como ancianos y enfermos. 

¿y si volviéramos en positivo esta imagen de la pesadumbre? 

Al final tomar conciencia del peso de estas cosas anuncia el valor de lo que por un tiempo no podemos compartir. Como en los platos de una balanza hay uno que lleva el material precioso y el otro pesas sin valor ni artístico ni afectivo así puede pasar con la pesadumbre del aislamiento que vivimos. No neguemos que muchas veces sea el plato donde se ponen las pesas pero levantamos la mirada y miramos al valor de lo que balancea. 

La Pascua que recién vivimos nos ha recordado el enfrentamiento entre Jesús pastor bueno y los ladrones y asaltantes que lo hicieron sufrir (como bien recordado por san Pedro en las otras lecturas). Jesús que sella su cena pascual, su Eucaristía una vez mas con la imagen del pastor: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas. (Marcos 14, 26) Jesús es un pastor dispuesto a sufrir porque conoce el valor de su rebaño, Jesús sufre con su rebaño para que no pierda la conciencia de su valor. 

El sabio de la biblia Job en una de sus fuertes lamentaciones dice a Dios: ¡Ah, si pudiera pesarse mi dolor y se pusiera en la balanza toda mi desgracia! (Job 6, 2). Renglones después la lamentaciones se abre a la esperanza: Entonces tendría de qué consolarme y saltaría de gozo... por no haber renegado de las palabras del Santo. (Job 6, 10) 
Job o quien escribió y elaboró su historia no conocían a Jesús buen pastor. Nosotros lo conocemos por lo tanto la oración de Job sería aún mas confiada: 

Ah si pudiera pesarse la pesadumbre de todos mis aislamientos... tendría que consolarme... por haber descubierto cuanto vale el don de Dios.